Desde la imposibilidad de mover las piernas, nos embarcamos en un viaje donde la parte superior del cuerpo explora dos momentos: uno lineal y otro circular. Tres reglas sagradas nos guían en este trabajo: los pies permanecen firmes como raíces en la tierra, los ojos cerrados como puertas a un mundo interno, y la simetría corporal se disipa como un susurro en el viento.

En un ejercicio de conexión, dos individuos trabajan en pareja, utilizando únicamente la mirada para mover el cuerpo del otro. Al enfocar la atención en puntos articulares específicos, se logra una movilización precisa de las áreas observadas, fomentando así una comunicación no verbal efectiva.

Después de pasar por todos estos momentos es tiempo de probarlos solo.

En el suave clic del obtador, surge un ejercicio delicado. Cuerpos entrelazados dan vida a imágenes en danza, no solo en su movimiento sino en la esencia, tejiendo momentos de interesantes que perduran más allá del tiempo.

Las sombras de la geometría superior se despliegan nuevamente, esta vez bailando un juego de posibilidades infinitas con las piernas. Cada movimiento se convierte en un susurro de creatividad, buscando nuevas formas de expresión en la danza del ser.

Solo ver puntos cercanos al cuerpo para que la otra persona deba llegar a esos lugares.

Los ojos bailan sutilmente, sus movimientos, un lenguaje sin fin. Sonidos que acarician el espacio a su alrededor. Cada parpadeo, un susurro de cualidades, guisándonos hacia nuevas verdades. Así, en la sinfonía de luz y sonido, la esencia del movimiento queda compartido.

Desarrollar imágenes que integren el cuerpo del otro, tanto la dimensión espacial como la teatral. Cada persona persigue sus propias representaciones, sin la obligación de transmitir una idea.