Mi relación con el teatro de la Biblioteca Vasconcelos no tenía que ver con la sensación fantástica de ver obras de teatro o danza como suelen presentarse ahí. Pero algo pasó en una de ellas que cambiaría mi vida drásticamente.
Yo solía asistir asiduamente a todas las representaciones que se daban en este lugar, esperando que el tiempo se detenga, como una mágica intervención, producto del arte y sus artistas. Los días cada vez se me hacían más eternos.
Y así fue que la conocí, en la fila siguiente delante de mí, estaba sentada ella, venía sola igual que yo, traía un libro que supongo lo acababa de sacar de la biblioteca. Cuando la ví, supe que era una persona que quería conocer. Era una mujer con una mirada profunda, de esas que se impregnan en los sentidos y te derrumban toda posibilidad de existir sin ella.
La función comenzó. Las dos veíamos absortas la conjunción de cuerpos y dinámicas que llenan el alma de luz y pasión por seguir vivos. Teníamos frente a nosotros un grupo de bailarinas y bailarines que se movían dinámicas y precisas, buscando capturar a todo aquel espectador que se unía a su ritual. Y así fue. Por un instante me deje atrapar con la cadencia de sus movimientos y cerré mis ojos, esperando no estar, ahí, esperando en realidad, detenerme en un espacio imaginario fuera de toda norma.
Terminó la obra, abrí mis ojos y no sabía si algún movimiento o palabra serviría para romper el hielo sobre el cual comenzamos a vivir la experiencia de conocer a alguien completamente extraño.
Le dije que me parecía maravillosa la capacidad del cuerpo entrenado y la densidad que él podía tener sobre otro, al punto de capturarnos y hacernos parte de ello.
Ella, con su mirada de gata, penetrante e inmaculada, me dijo que no sabía muy bien los códigos de la danza contemporánea, pero que eso no importaba, pues la pasaba muy bien y era exactamente por ese motivo que solía ir asiduamente al teatro de la biblioteca, pues ahí encontraba dos de sus pasatiempos predilectos: leer y ver artes escénicas.
En ese momento supe que ella era diferente, sabía que había encontrado a alguien que compartía mis gustos y aficiones. Estaba maravillada por saber más de ella y poder invitarla a la próxima función o quizá, pedirle que descubramos rincones secretos de la Biblioteca Vasconcelos, que de seguro tenía muchísimos.
Salimos por ese pasillo infinito, que conecta un teatro que tiene el tamaño de cualquier gran teatro de esta enorme ciudad y caminamos rumbo a la salida, pasando por los baños que están a los costados de esa ballena que levita en medio de un océano de literatura y conocimiento.
La esperé...
La seguí esperando.
De hecho, conté las costillas de aquel inmenso mamífero.
Pero al parecer la perdí, antes de conocerla.
Desde ese día, intentó regresar al teatro a ver su magia en escena.
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